martes, 1 de octubre de 2013

¿La Iglesia al Servicio de Quién?


La noticia del cierre de Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador ha tomado por sorpresa a todas aquellas personas que han luchado por la defensa de los derechos humanos en El Salvador. 

“En 1977 monseñor Óscar Romero creó el Socorro Jurídico, la oficina de ayuda legal del Arzobispado acumuló unas 50,000 denuncias de violaciones a los derechos humanos cuyos expedientes tienen un destino incierto.”[1]

La única institución que durante el enfrentamiento armado y después de éste (antes de que se creara la Procuraduría de los Derechos Humanos) se preocupo por defender al pueblo de los excesos de la guerra y el Estado represor, recabando información, tomando declaraciones de víctimas y testigos para realizar los procesos de justicia, ha sido cerrada sin ninguna explicación válida y sin dar garantías de la preservación del archivo acumulado.

Precisamente ahora cuando la Sala de lo Constitucional ha aceptado estudiar la demanda contra la ley de amnistía, es imposible pensar en una casualidad o cualquier otro pretexto que no ha querido dar el Arzobispo Alas. Si la razón de ser, como ha dicho Monseñor Rafael Urrutia[2], es que Tutela Legal ya no tiene propósito pues ya no hay guerra ¿Por qué se cierra en estas circunstancias, sin aviso al personal, cambiando chapas y aumentando la seguridad privada? Es muy sensato que si ya no ven utilidad en esta oficina pues se les avise y se les pida que se preparen los archivos para su traslado a la Procuraduría de Derechos Humanos pues sería la instancia natural para resguardarlos y utilizarlos en caso de ser necesario. Es la acción lógica si se busca preservar la memoria histórica y el acceso a la justicia de las víctimas, pero no se da ninguna garantía para la preservación de tan importante documentación.

Nos obligan a preguntarnos ¿al servicio de quién está la iglesia de la que son representantes estos sacerdotes Monseñor Alas y Monseñor Urrutia? ¿Es más fuerte el miedo a los grandes oligarcas que el amor al martirio de profesar la fe y la justicia? Obviamente sí.

Nuevamente la Iglesia Apostólica Católica Romana de El Salvador (irónico) nos muestra a quien debe sumisión, al tiempo que da un martillazo más a los clavos de la impunidad, nuestra más grande cruz como pueblo. Nada más triste para Monseñor Romero -que amo tanto al pobre que permitió que una temerosa bala le atravesara el corazón-  que ver a estos cobardes esconder la historia bajo sus sotanas.

Todos y todas sabemos que fue el mayor Roberto D'Aubuisson, fundador de ARENA y organizador de los escuadrones de la muerte, quien planificó y dio la orden de matar a nuestro San Romero de América, pero ni eso se atreven a decir.

“Cristo al servicio de quien” decía la canción, pero Cristo no tiene nada que ver con esta Iglesia que condena al pobre a la injusticia y preserva la impunidad para quien paga con oro la sangre del pueblo.


[1] http://www.elfaro.net/es/201309/noticias/13493/
[2] Ídem

La Carta de la Vida.

El presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envía en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Wáshington. A cambio, promete crear una "reservación" para el pueblo indígena. El jefe Seattle responde en 1855. 

Carta del Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos.

El Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.

Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?

Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.

Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.

La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.

Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.

No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.

¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.

El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.

Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.

¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.

Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.

Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.

Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.

Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.

Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.

La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.

Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.

Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.

¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.

¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.

La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.

Leviatan

Un dolor recorre el mundo,
un grito desesperado y desolador
ahogado por la tormenta de la pobreza;
silenciado por la esclavitud de la necesidad.

No hay libertad en el capitalismo,
oceano del codicioso Leviatan del individualismo
destructor del sueño de las estrellas,
mounstruo insaciable consumidor de vida.

No hay bajo sus oscuras aguas
amanecer en el día del hombre,
ni horizonte en el despertar de la mujer.
Acechando va devorando la infancia de la tierra.

¡Gritas muerte dragon del dolor!,
pero las bocanadas frías de tu aliento
son solo el anuncio del fin de tu vuelo.
¡Caerás como todos los imperios!
y el sol iluminará el pálido cuero de tu mentira.