sábado, 22 de junio de 2013

El Mínimum Vital (1929).

Alberto Masferrer. Parte I.

"En la situación exasperante y deshonrosa a que han llegado, y en la cual se han estancado casi todos los pueblos; en esa situación de lucha cruel y acérrima en que los millones acumulados surgen de la opresión y de la ruina de los hambrientos; en que atesorar es una palabra sagrada, y en que la envidia, disfrazada de reivindicación, acecha impaciente el momento de trastornar las cosas, de manera que los miserables de hoy sean los opulentos de mañana..., es natural que algunos hombres de sentimientos delicados surjan de todas partes, y busquen ansiosos un camino de reconciliación, una fórmula que renueve la alianza entre hombre y hombre, entre hermano y hermano, y sobre la cual, con sentido nuevo y verdadero, pueda lucir una vez más la palabra Dios.

En busca de esa fórmula los pueblos y sus conductores se han extraviado a veces lamentablemente, y las más dolorosas e irrazonables exageraciones han sido aceptadas como doctrinas salvadoras. ¿A dónde han conducido? Al odio de clases, al rencor de los que padecen, a la organización de los que están abajo preparando el día del desquite. Y cuando llegue —que será cuando los de arriba hayan agotado los medios de opresión y represión—, tendremos el mismo desorden, la misma construcción malvada y estúpida, en que sirve de cimiento el esclavo y de coronamiento el señor.

Esa lucha, ese odio de clases, ese afán de atesorar, y, por consiguiente, de oprimir en unos, y de vengarse en otros, se ha cristalizado en nuestros días en dos formas agudas: una, que tiende a la destrucción de las clases cultas, al nivelamiento económico, al rebajamiento de un comunismo absoluto; y otra, excrecencia de la codicia insana y perversión de algunos millares de vampiros, para quienes la dignidad, la libertad la independencia, la sangre misma de las naciones son materia prima para fabricación de dólares. Ahí ha llegado el mundo, con sus darwinismos comprendidos idiotescamente, con su doctrina de la lucha, de la supervivencia del más apto, que viene a ser, según el criterio del egoísmo, el más ávido y descorazonado.

Y a esta hora, ese odio y esa codicia son dos venenos mortales e insidiosos que se han infiltrado en el corazón de casi todos los pueblos. Consciente o inconscientemente, la humanidad entera se está afiliando en esas dos legiones de irreconciliables: la de los que padecen y odian y aspiran a la venganza, y la de los que atesoran y gozan, y por necesidad y ceguera se sostienen y se defienden con la represión.

En medio de esas hordas de lobos, hay hombres que sienten la vida, no sólo como un dolor, sino como una vergüenza, como una vileza. Y, en verdad es una vileza tal vida; y conformarse a vivir así, es abdicar el hombre de su condición espiritual, y resignarse a volver a la condición de fiera.

La que nosotros llamamos Doctrina del Mínimum Vital, viene a ser, así, como un llamamiento al buen sentido de los hombres, a su bondad primaria, a su instinto de conservación, casi a su egoísmo, para que no se desgarren, para que no se devoren; para mantener en unos la esperanza fundada de un mayor bienestar, y en otros la seguridad de no ser despojados de aquel excedente de riqueza, obtenido sin extorsión ni ruina de sus semejantes.

El Mínimum Vital dice al trabajador, al proletario, al asalariado: confórmate con lo imprescindible; conténtate con que se te asegure aquello indispensable, sin lo cual no podrías vivir; esfuérzate para erigir sobre esa base mínima el edificio de tu holgura y de tu riqueza, y así ascenderás o descenderás según tu esfuerzo, según tu disciplina, según la firmeza de tu voluntad. Y al poseedor, al rico, le dice: consiente en que haya un límite para tu ambición; conténtate con que se te dé libertad para convertir en oro el árbol y la piedra, pero no la miseria, no el hambre, no la salud no la sangre de tus hermanos. Traza una línea máxima a tus adquisiciones, y no pases de ahí, para que no te desvele el odio de tus víctimas; para que te dejen gozar en paz, riendo y cantando, de lo que atesoraste.

Un límite para el que domina, para el que atesora. ¿Por qué no? Todas las cosas en el Cosmos lo tienen; todas las criaturas vivientes reconocen esa línea limitadora que se llama órbita para el Sol, y playa para el océano. "De aquí no pasarás", es la ley divina impuesta a cuanto existe, y toda criatura que traspasa esa línea, se hipertrofia, degenera y perece.

Y para el que trabaja, para el que carece, un mínimum: la vida irreductible, lo elemental, lo que es semilla capaz de germinar: agua, techo, abrigo, recreo, luz y pan. Y de ahí en adelante, para tus goces, para tus holguras, para tus riquezas, esfuérzate, empéñate, economiza, desvélate, y que la esperanza te aliente y la voluntad te dé alas.

Y eso es todo. Pero así tan sencillo como es, tan equitativo y tan fácil, encierra esta doctrina la única posible salvación del hombre en la hora presente. En esta hora en que nadie quiere diferir su ventura para un más allá, comprándola con su miseria de aquí; en esta hora de odio y de codicia extremos, de concupiscencia enloquecida y de miseria exasperada, el Mínimum Vital es la tabla de salvación en el naufragio. No es un estado ideal, no es tan alto como otras formas de vida que han soñado los hombres. Pero es LO POSIBLE, es LO FACTIBLE, es LO SENCILLO, es el remedio de urgencia; es el sendero único por el cual se puede transitar para mientras se encuentra de nuevo el camino real, la vida ancha y clara del amor, adonde algún día los hombres volverán". 

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